El ser humano es un alma, con un cuerpo que la reviste y un espíritu que le da aliento.
Sí, el alma es el centro.
Lo eterno.
Lo más importante.
Nuestra esencia.
El lugar donde guardamos todo lo que sentimos.
Cuando estamos tristes, es el alma quien lo siente; cuando deseamos desistir, es el alma la que no puede más; cuando nos sentimos vacíos, es el alma la que anhela un contacto con su Creador.
También es el alma la que siente paz, tranquilidad, sosiego y felicidad.
Cuando el alma está enferma, no basta con una música tranquila, un logro muy deseado o un abrazo de un ser querido. Estas cosas ayudan, por supuesto; traen serenidad y una alegría momentánea, pero no una cura interior profunda y verdadera.
Hace muchos años, el Señor Jesús puso solución a este problema. Él afligió Su propia alma, entregándose por completo para sanar la nuestra, para que pudiéramos tener descanso y una alegría que trasciende los problemas.
Jesús dijo antes de entregarse:
“Mi alma está afligida hasta la muerte.”
Fue muy duro para Él; sintió un profundo dolor, pero sometió Su propia voluntad a la del Padre porque quería que, tras ese sacrificio, nuestra alma pudiera tener acceso a la recompensa de la paz.
De Su ejemplo aprendemos que, aunque a veces nos encontremos sin fuerzas o no nos sintamos capaces, si sometemos nuestra voluntad a la de Dios, nuestra alma obtendrá esa paz que lleva buscando toda la vida.
“Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.”
(Mateo 11:29)
La importancia de cuidar el alma a diario
Cuidar el alma debería ser el mayor propósito del ser humano; sin embargo, la mayoría no lo entiende o ni siquiera sabe de su existencia. Piensan que la vida es solo aquí, y por eso invierten únicamente en lo físico y material: aquello que ven, pueden tocar y disfrutar.
Pero el alma es eterna; nunca dejará de existir. Tras la separación física del cuerpo (la muerte), el alma solo puede ir a uno de estos dos destinos: el cielo o el infierno. Dios quiere evitar que acabemos en este lugar de tormento, por eso envió a Su único Hijo para morir por todos los seres humanos, aunque no puede obligar a nadie a aceptarle.
El alma no puede ser comprada con dinero; solo puede ser rescatada por la sangre del Señor Jesús. Tiene un precio, no monetario, y Su sangre es la única que puede pagar por los pecados de quien desea ser salvo.
«En Él tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia.» (Efesios 1:7)
Por lo tanto, ya sea para vivir eternamente con Dios o para vivir en este mundo con verdadera paz, es fundamental valorar el alma como lo más valioso de nuestro ser y comprender la necesidad de mantener un contacto diario y continuo con el Único que puede sanarla y salvarla.


