Lo que empezó siendo una simple cerveza que le ayudaría a sentirse más segura y desinhibida, se convirtió en una profunda y larga adicción. Fueron 30 años de sufrimiento, dolor y vacío interior que solo llegaron a su fin cuando se encontró con un Dios que, como dice ella, “está vivo, ¡muy vivo!”
“Empecé a beber con 17 años para socializar mejor, y aunque no me faltó la orientación y el cariño de mis padres, ignoraba por completo sus consejos. Con el tiempo mi consumo fue a más, pero cuando mi padre falleció, caí en lo más profundo de la oscuridad humana. Dejé de dedicarme a mis hijos y empecé a beber de mañana, tarde y noche. Sin el alcohol no conseguía hablar ni expresarme”, relata.
Susana ahora es consciente de que la adicción le ha causado muchas pérdidas. “Perdí la infancia y la educación de mis hijos, el no haber podido amar a mis padres, perdí la mayor parte de mi vida, mis estudios, mi dignidad…. Con el tiempo el alcohol se va apoderando de ti, de tu corazón, como un cáncer te va estrujando, hasta que no queda nada de ti”, se lamenta.
Su familia sufría mucho también. “Mi propio hijo me dijo que estaba harta de recogerme del suelo borracha, sucia y vomitada. Hice sufrir a mi familia por mis mentiras, por mis gritos y mi agresividad”.
Pero cuando todo parecía estar perdido, su marido descubre un Centro de Ayuda Cristiano y la anima a hablar con el pastor. Ella empezó a asistir, pero al principio siempre acudía ebria a las reuniones, y no solo eso, sino que se levantaba de su silla para interrumpir. “¡Mentirosos! ¡Dios no me puede ayudar porque no existe!”, gritaba. Pero a pesar de esto, Dios ya estaba actuando en su interior…
“Una mañana me levanté desnuda, con mucha angustia, con un dolor muy grande en el alma. Me puse de rodillas y le pedí ayuda a Dios. Algo muy grande sucedió en mi interior y abracé a mi pareja pidiéndole perdón. Empecé a preguntar a Dios qué quería de mí, me lancé en Sus brazos y empecé a comprender la Palabra de Dios.
He nacido de nuevo. Es como cuando te estás ahogando y de repente consigues salir a la superficie y respirar. La Susana de antes está muerta, muy muerta. Ahora estoy llena de vida, alegría y paz en el alma, porque nuestro Señor Jesús está más vivo que nunca, ¡y lo digo porque lo tengo dentro y sé que no hay nada que me pare!”, exclama pletórica.
Además, desde el día en que tuvo un encuentro con Dios, Susana no ha vuelto a tener temblores ni abstinencia. “Es como si nunca hubiese sido alcohólica. Dios me ha devuelto la vida, mi familia, y todo lo que había perdido”.


