“Y me dijeron: Los restantes, que quedaron del cautiverio, allá en la provincia, están en gran miseria y desprecio; y el muro de Jerusalén está derribado, y sus puertas quemadas por el fuego.” Nehemías 1:3
Los muros de Jerusalén tenían una función muy importante: garantizar la protección de la ciudad. Sin ellos, Jerusalén estaba a merced del ataque de pueblos enemigos.
Los muros representan nuestra fe, pues es ella la que protege nuestra vida. Por eso, el diablo siempre intenta destruirla. Cuando permitimos que nuestra fe sea sacudida por las adversidades y los ataques del mal, nos volvemos débiles y esclavos de los problemas.
Lamentablemente, muchos están caídos porque su fe está en ruinas. Todo comienza lentamente: primero, una piedra se afloja; luego aparece una grieta y, poco después, ya hay un agujero. Los pecados entran sigilosamente – orgullo, indisciplina, inmoralidad, rebeldía, entre otros. Ellos abren grandes brechas en el muro y, poco a poco, la vida espiritual comienza a desmoronarse.
Por falta de vigilancia en la preservación de la fe, la voluntad de la carne prevalece y el diablo encuentra acceso a la vida de la persona.
“Entonces les dije: Vosotros veis la miseria en que estamos, que Jerusalén está asolada y que sus puertas han sido quemadas por el fuego; venid, pues, y reedifiquemos el muro de Jerusalén, para que no seamos más un oprobio.” Nehemías 2:17
Ten en mente que el diablo siempre usará personas o situaciones para intentar derribarte, pues su mayor deseo es verte destruido. Tal vez seas conocido como un buen cristiano, pero en tu interior sabes que tu fe está debilitada, así como lo estaban los muros de Jerusalén.
El primer paso para revertir esta situación es restaurar el muro, es decir, la fe, que protegerá tu salvación. Haz una autoevaluación y verifica qué ha abierto brechas en tu muro. Entonces, comienza a reconstruirlo.
“Entonces les respondí y dije: El Dios de los cielos es quien nos hará prosperar; y nosotros, sus siervos, nos levantaremos y edificaremos; pero vosotros no tenéis parte, ni derecho, ni memoria en Jerusalén.” Nehemías 2:20
Pon a Dios al mando de tu vida y cuida tu fe, pues toda tu vida depende de cómo esté. Por la fe, eres justificado delante de Dios, alcanzas una vida bendecida y recibes la salvación. Por lo tanto, no te desanimes. Cada día, busca la renovación de tu fe y rechaza todo lo que pueda debilitarla.
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.” 2 Timoteo 4:7