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«HICE DE LA BANDA MI FAMILIA, PERO NO ME SENTÍA FELIZ»

La decadencia de Abel empezó como la de cualquier otro joven pandillero que no encuentra en su propio hogar un referente ni un espacio donde ser amado. Fue este vacío el que le condujo a buscar fuera de casa la sensación de pertenencia a una familia, aunque fuera a costa de vender su propia alma. Ahora, fuera del mundo de la delincuencia y tras superar todos sus conflictos y carencias, es un joven feliz, con sueños y proyectos, que además disfruta de una familia reconstruida.

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