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La Biblia y el pueblo de Dios

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia“a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” 2 Timoteo 3:16-17

Sería innecesario iniciar nuestro estudio comentando sobre la autoridad de la Biblia Sagrada, ya que el mismo es dirigido específicamente a aquellos que tienen su fe apoyada en ella. Además de eso, de acuerdo con nuestra fe y punto de vista, probar que las Sagradas Escrituras son verdaderas es lo mismo que intentar probar la existencia de Dios. ¡No vamos a hacer eso!

Aunque el estudiante de la Biblia tenga la capacidad para probar a los incrédulos no sólo la veracidad de la Palabra de Dios, sino la existencia del propio Dios, aún así, de nada serviría.

Hay una gran distancia entre acpetar alguna cosa como verdadera y dedicarse completamente a ella. Es el caso, por ejemplo, de la sanidad del ciego de nacimiento. Después que él quedó curado por el Señor Jesús, lo llevaron hasta los fariseos y estos le preguntaron cómo había recuperado la visión. El ex ciego, entonces dio testimonio del Señor Jesús, diciendo que Él le aplicó lodo en los ojos y mandó que se lavase en el estanque de Siloé. Él le obedeció y pudo ver. Los judíos no creían que él había sido ciego y llamaron a sus padres, interrogándolos.

“¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora? Sus padres respondieron y les dijeron: Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego; pero cómo vea ahora, no lo sabemos; o quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo. Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: Edad tiene, preguntadle a él. Entonces volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.” Juan 9:19-25

Creo que es por ahí que debemos acatar las enseñanzas bíblicas. Dios no precisa que nadie Lo defienda, y mucho menos a Su Santa Palabra. Lo que a nosotros nos importa, en cierto sentido, es el efecto que las Sagradas Escrituras han causado en nuestras vidas. ¡Si los demás creen o no, ese es problema de ellos! ¡Lo importante es que éramos ciegos y ahora podemos ver!

Pero, independiente de eso, existen conocimientos sobre la Biblia muy importantes para nosotros, que no pueden ser dejados de lado. Por ejemplo, cómo Dios dirigió a Sus siervos para escribir cada libro, o cómo esos libros fueron protegidos a través de los siglos y llegaron hasta nosotros; además de muchos otros que, ciertamente, fortalecieron la fe de los que desean saber más sobre esos asuntos.

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