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EL ESPÍRITU SANTO ES EL GUÍA

Dios nos guía hoy como guio a Israel en el desierto. En el pasado, el Altísimo liberó a Su pueblo de la esclavitud en Egipto y lo condujo todos los días durante 40 largos años.

Pero, en cuanto a la Iglesia, Él la conduce de un modo todavía más íntimo. Si antes era una columna de nube durante el día y una columna de fuego durante la noche, hoy, Él nos guía por medio de Su propio Espíritu en nosotros. Él habla  de una manera clara e inconfundible a nuestra alma y a nuestra conciencia.

Para que puedas entender cómo actúa el Espíritu Santo, podemos usar el ejemplo de los guías turísticos. Todos sabemos que un buen guía nunca pondrá en peligro a aquellos que se someten a su cuidado, al contrario, buscará rutas, senderos y procedimientos seguros para que nadie se lesione o se pierda durante el viaje. El Espíritu Santo, de la misma manera, es el Guía que busca los mejores medios para conducirnos. El camino no siempre es fácil pero, con Él, es siempre seguro. ¡La conducción del Espíritu Santo es infalible!

Sin embargo, incluso teniendo a disposición un Guía tan maravilloso, las personas, además de despreciarlo, encima eligen ser guiadas por guías ciegos, que ni siquiera pueden conducirse a sí mismos. Por ejemplo, millones de personas han basado sus decisiones y comportamientos en los llamados «referentes» del momento, como artistas e influencers digitales, que sufren tanto o más que aquellos que los siguen. Y lo peor es que, normalmente, estos «modelos» son personas orgullosas, inconsecuentes y sin ningún entendimiento espiritual.

Nuestra travesía por este mundo es un largo camino a recorrer. Digo esto porque la mayoría de las personas que se convierten deben seguir viviendo y perseverando para permanecer en la fe durante muchos años. Es como si tuviéramos que hacer un largo viaje y no conociésemos la ruta. De ahí la necesidad de tener el Espíritu Santo. Él es el Único que conoce bien el camino para llegar al Cielo. Él vino de allí y puede conducirnos como Guía, dándonos instrucciones todos los días para caminar unos kilómetros más hasta llegar a nuestro destino. Pero, como el ser humano ha recibido de Dios el libre albedrío, debe decidir si acepta o no Su orientación.

La libertad que el Espíritu Santo nos da implica justicia. Muchos cristianos evocan el concepto de la libertad mencionada en el Nuevo Testamento para cometer sus deslices carnales. Sin embargo, olvidan que los que nacieron de Dios no buscan satisfacer su propia voluntad, sino hacer la voluntad de Dios. Por lo tanto, la libertad no es hacer lo que a uno “le da la gana”, sino hacer lo que es justo y santo pues, donde existe desorden y carnalidad, no está el Espíritu del SEÑOR.

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