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1º – Los jueces que precedieron a Gedeón

El período de los jueces de Israel precedió al período de los reyes. Los jueces eran personas comunes, sin embargo eran escogidas y ungidas por Dios para guiar, juzgar y edificar al pueblo de Israel.

Habilitados con la visión de la voluntad de Dios, los jueces eran escogidos como profetas y lideraban a Israel en la guerra contra sus enemigos. Algunos de ellos se destacaron por su fe sobrenatural en el Dios de sus padres.

Otoniel

El pueblo de Israel hizo lo que era malo a los ojos del Señor y sirvió a los dioses de la lluvia y de la fertilidad en Canaán. El culto a Baal y su compañera Asera incluía el sacrificio de animales, todas las formas de inmoralidad sexual y, ocasionalmente, el sacrificio de niños.

Nuevamente, la ira del Señor ardió contra Israel y Él los entregó en las manos del rey de Mesopotamia. Después de ocho años de esclavitud, Israel clamó y el Señor les dio un libertador. Entonces, el Espíritu del Señor vino sobre Otoniel, sobrino de Caleb, quien libertó a Israel de la esclavitud.

Aod

Hubo paz en la tierra durante cuarenta años, hasta la muerte de Otoniel. Pero, otra vez, los hijos de Israel hicieron lo que era malo a los ojos del Señor. Y nuevamente, el Señor retiró Su protección de ellos. Por esta razón, los amonitas y los amalecitas se unieron a los moabitas y, bajo el liderazgo del rey de Moab, atacaron a Israel. A partir de entonces, el pueblo de Israel se vio obligado a servirlo y a pagarle impuestos.

Durante dieciocho años, el pueblo de Israel sirvió a Eglón, rey de Moab. Una vez más, los hijos de Israel clamaron al Señor y Él levantó a otro libertador, llamado Aod.

Aod, corajudamente, se acercó al rey de Moab y lo mató. Después de eso, subió las montañas de Efraín y tocó la trompeta, convocando a los hijos de Israel a la guerra contra Moab. Bajo su liderazgo, los hijos de Israel derrotaron a cerca de diez mil guerreros moabitas en una única batalla, todos fuertes y valientes. ¡Ninguno de ellos escapó!

Así, Moab quedó sujeto al poder de Israel en aquel día, y la tierra permaneció en paz durante ochenta años.

Débora y Barac

Después de la muerte de Aod, el pueblo de Israel volvió a hacer lo que era malo a los ojos del Señor; y, nuevamente, el Señor los entregó a sus enemigos. Jabín, rey de Canaán,

reinó en Hazor y tuvo a Sísara como comandante de su ejército. Durante veinte años, el rey de Canaán oprimió cruelmente al pueblo de Israel.

En aquella época, una mujer llamada Débora, llena del Espíritu de Dios, ejercía el liderazgo espiritual en Israel. Su fe y devoción al Dios de Abraham, Isaac e Israel la calificaron para ser escogida y electa como profetisa en Israel.

La historia de Israel nos revela que Dios solo nombraba a un líder en respuesta al clamor del pueblo — ¡pero ese no fue el caso de Débora! ¡Ella fue ungida como profetisa

debido a su comunión con Dios! Su caso fue una excepción, ya que la posición de profeta normalmente estaba ocupada por hombres.

¿Y por qué fue escogida? ¡Sin duda, porque era la única persona en esa nación con la que Dios podía contar! Tanto es así que, cuando ella, por orden divina, llamó a Barac para liderar a Israel contra los cananeos, él se rehusó a ir sin ella. Si el comandante del ejército de Israel era débil, a pesar de haber sido escogido por Dios, ¡puede usted imaginar el nivel de fe del resto de Israel!

Débora era única entre el pueblo de Israel. Enseñaba y oía al pueblo en las montañas de Efraín. Su vida fue vivida en el Altar natural de esas montañas, y aquellos que querían recibir respuestas de Dios, debían subir las montañas para encontrarla.

A través de la intercesión de Débora, el Señor respondió al clamor de Su pueblo y levantó a Barac para libertarlos. Durante cuarenta años, es decir, una generación, el pueblo de Israel tuvo paz.

Gedeón

Una vez más, los israelitas se olvidaron del libramiento que el Señor les había dado y se volvieron a lo que era malo. En consecuencia, una vez más, el Señor retiró Su protección y cayeron en manos de sus enemigos.

Los siete años de opresión a manos de los madianitas valieron por décadas de opresión por parte de cualquier otro enemigo. Eso es porque los madianitas eran mucho más feroces y crueles. Su opresión fue tan traumática que Israel, para sobrevivir, tuvo que huir de las ciudades a las montañas. Presionados por las circunstancias, tuvieron que cavar cuevas a toda prisa y encontrar cavernas para refugiarse y esconderse con sus familias.

Como si eso no bastase, en la tan esperada temporada de cosecha, los madianitas se unían a los amalecitas y a otros pueblos de Oriente y destruían todo lo que quedaba en Israel, es decir, las cosechas, las ovejas, los novillos e incluso los burros, que eran de poco valor. Su objetivo era eliminar a Israel de una vez por todas, a espada o por el hambre.

El pueblo de Israel tenía, en cierto modo, un lugar para esconderse; pero no lograban resolver el problema del hambre. Es lo que sucede con muchas personas que, de un modo u otro, pueden refugiarse — ya sea en la casa de parientes o vecinos, en chozas e incluso debajo de un puente —, pero no hay abrigo, refugio o fuga del hambre. Cuando el estómago es afectado… ¡algo debe llenarlo!

Es interesante notar que los madianitas no formaban parte de la tierra prometida. Eran descendientes de la unión de Abraham con Cetura y habían heredado de él la península árabe (donde hoy se encuentra Arabia Saudita), para que no tuvieran herencia en la tierra de Canaán junto con Isaac.

A pesar de esto, alimentaban un odio mortal contra los hebreos, al igual que todos los demás pueblos de Oriente. Ese odio de los hermanos paternos de Israel comenzó con la envidia de Caín por Abel y se ha extendido, a través de los tiempos, hasta los días actuales. También refleja el odio que los falsos hijos de Dios tienen contra los verdaderos, es decir, aquellos que realmente nacieron de Dios.

La situación de los hijos de Israel nunca había sido tan crítica desde que habían llegado a aquella tierra. Esos siete años de opresión y hambruna fueron los peores de la historia.

Es extremadamente importante registrar las lecciones a ser extraídas a través de los altibajos de la historia de los hebreos, ya que existen puntos en común con la vida de los verdaderos cristianos de hoy:

Primero: La prosperidad y la paz que habían logrado los llevaron a relajarse en la fe, haciendo que su comunión con Dios se enfriara y se entregaran a los deseos de la carne.

Segundo: Su decadencia espiritual los llevó a un constante ciclo de fracasos.

Tercero: El sufrimiento y el dolor los llevaban a la humillación y los hacían clamar al Dios de sus padres.

Cuarto: En respuesta a su clamor al Dios de Abraham, Isaac e Israel, el Señor levantaba a alguien para libertarlos y restaurar la paz y la prosperidad.

Resumiendo, Dios actuaba con relación a los hijos de Israel de la misma manera en la que ellos actuaban con relación a Él. Cuando Lo despreciaban, el Señor los abandonaba; pero cuando Lo buscaban con todo su corazón, el Señor Se manifestaba y los libraba.

Eso significa que la vida de una persona depende de la calidad de su relación con Dios. La vida depende de la fe en el Señor Jesús, de la comunión con Él. Cuando la fe sobrenatural está saludable, la vida también está bien. Pero cuando la fe está enferma, la vida también está mal. Una cosa depende de la otra.

¡Dios siempre está dispuesto a recibir nuestras actitudes de fe en Él y reaccionar a nuestro favor!

Por lo tanto, la inteligencia sugiere que debemos invertir en nuestra fe, en una relación sincera con el Señor Jesucristo a través de la obediencia a Su Palabra. No basta con cumplir algunas obligaciones o con tratar de mantener vivas las tradiciones religiosas… ¡Se necesita mucho más!

La libertad tiene un precio, como todo en la vida. Si queremos la materialización de las promesas de Dios en nuestras vidas, primero debemos materializar nuestra fe en el Señor Jesús. No hay forma de cambiar la ley de la acción y la reacción, del sembrar y cosechar, del dar y recibir…

Dios no exige nada más allá de lo que podemos ofrecer.

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