“Levántate, alza al muchacho, y sostenlo con tu mano, porque Yo haré de él una gran nación. Entonces Dios le abrió los ojos, y vio una fuente de agua; y fue y llenó el odre de agua, y dio de beber al muchacho.” (Génesis 21:18-19)
Observa que la Palabra no dice que Dios creó una fuente en el desierto. Dice que Dios abrió los ojos de Agar. Es decir, la fuente ya estaba allí. Estaba allí todo el tiempo. La solución para los problemas de Agar estaba delante de sus ojos, pero mientras ella miraba a su situación, a sus condiciones, mientras pensaba en sus problemas, no lograba ver la fuente.
Es lo que sucede con quien fija su atención en el problema. Se vuelve ciego, pues no usa su fe. Mira con los ojos naturales y, a causa de la ansiedad, ni lo que es natural logra ver. No ve ni la mano delante de su nariz, por eso, se desespera. Los ojos que debes usar son los ojos de la fe. Dios conoce tu situación y conoce el camino para sacarte del desierto. Sabe lo que necesitas. Quien anda por los ojos de la fe, confía en Él. Entrega su camino y obedece las instrucciones de su Señor.
Así, es capaz de razonar claramente, incluso en las peores tempestades. Es capaz de ver lo que antes no podía ver. Sabe que, si Dios prometió cuidarle, Él va a cuidar. No se desespera, no se angustia. En vez de desesperarse, mira alrededor y busca la fuente, pues sabe que la solución existe. Sabe que puede contar con Dios. Cree en lo que está escrito. Aprende a usar tu fe y, porque cree, logra ver lo que está delante de sus ojos.
Abre tus ojos. No dependas de tu limitada visión humana. Usa la visión de la fe.