Un negocio millonario en España que se nutre de personas en estado de vulnerabilidad.
La videncia es, supuestamente, un don, un tipo de percepción extrasensorial o fuera de lo común a través del cual se puede visualizar o presentir el futuro y esclarecer el pasado. Forma parte de las ciencias ocultas y esotéricas, como el tarot, el péndulo, el horóscopo o la quiromancia, que prometen descifrar lo que le depara a la persona y además, ayudarla a solventar problemas.
Aunque no es una sustancia, la videncia y las ciencias ocultas generan adicción. La doctora Ana Valdepérez, psicóloga de Adicciones Comportamentales del Hospital de Sant Pau, en Barcelona, afirma que la adicción a la videncia “está a la altura de la adicción al juego, internet o sexo”.
Suele tratarse de personas con baja autoestima y muy inseguras, que utilizan el tarot para encontrar una dirección y un sentido a sus vidas. La doctora añade, “suelen ser mujeres de entre 40 y 65 años, supersticiosas, con pocas relaciones cercanas, poca tolerancia a la espera y escaso apoyo social”.
A veces empieza como un juego, una “prueba a ver qué pasa”, y al final la persona acaba teniendo un vidente de cabecera y, muchas veces, endeudada por el “906” y los productos que compra: inciensos, champús, velas, etc.
Pero, ¿es, en realidad, una salida? Las Sagradas Escrituras, libro en el que se fundamenta la fe cristiana, mencionan en varios versículos que Dios odia la práctica de las ciencias ocultas, un ejemplo está en Deuteronomio 18:10-14: “que no haya nadie que practique la adivinación, ni pretenda predecir el futuro, ni se dedique a la hechicería ni a los encantamientos, ni consulte a los adivinos y a los que invocan a los espíritus, ni consulte a los muertos.”
Pastores cristianos afirman, “Dios se opone a la adivinación porque detrás de ella se encuentran fuerzas del mal que intentan engañar a las personas y alejarlas de Dios”. No han sido pocas las personas que aseguran que sus vidas empeoraron tras la consulta de médiums y videntes.