“Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”.
(Marcos 7:20-23)
El corazón produce los peores venenos. Todo lo que existe de peor en este mundo tiene origen en el corazón humano. Quien se preocupa por las prácticas religiosas y considera más importante no hacer esto o aquello, pero insiste en dejar al corazón libre para dirigir su vida, no sabe en la trampa que está cayendo.
Quien intenta afirmarse en la fe solo cuidándose de mantener una apariencia cristiana, tarde o temprano va a caer. La matriz de todo aquello que contamina al hombre es el corazón. El corazón es el centro de las emociones, de los sentimientos. Es inconstante, rebelde, corrupto. Si no logras dominar tus emociones, ellas dominarán tu vida. Y si ellas dominan tu vida, estarás perdido.
Al contrario de lo que el mundo predica, seguir al corazón es la peor tontería que alguien puede hacer. “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar Tu palabra” (Salmos 119:9). Eso no vale solo para los jóvenes. Observar tu camino según la Palabra de Dios es la manera más segura de mantenerse puro y, consecuentemente, salvo. Tengas la edad que tengas.
Si quieres contaminarte con lo peor de este mundo, sigue a tu corazón. Si quieres conservar puro tu camino, practica la Palabra de Dios.