“Porque todos ellos nos amedrentaban, diciendo: Se debilitarán las manos de ellos en la obra, y no será terminada. Ahora, pues, oh Dios, fortalece Tú mis manos.”
(Nehemías 6:9)
Cuando comienzas a hacer algo grande, enseguida aparecen los profetas de la derrota. Ellos dan su opinión aun cuando no son llamados. Eso cuando no se levantan situaciones para darte miedo y hacer que te detengas. Empiezas a sentirte presionado. Las voces que te dicen que no lo lograrás, que no aguantarás, aumentan el volumen. En situaciones normales, cederías, dudarías, temerías.
Sin embargo, hay una certeza quemando en tu interior. La certeza de que Dios tiene el control. Él fortalece tus manos y sabe que lo lograrás. No existe imposible. No hay barrera insuperable. Tus fuerzas se renuevan, te acercas más a tu objetivo y ahora es una cuestión de honra. Es vencer o vencer. Sabes que, si obedeces y sigues adelante, en breve los profetas de la derrota tendrán que callarse. Tendrán que admitir que lo has logrado. Y lo has logrado porque Dios
estaba a tu lado.
Por saber eso, no dejas que esas palabras de derrota entren en tu corazón. No les prestas atención. El intento de atemorizarte solo muestra la desesperación del enemigo. Es la propaganda de tu victoria. Nadie patea al perro muerto. Dios fortalece tus manos y tu te lanzas. Avanza, sin miedo. La obra será completada, quieran o no. Es cuestión de honra. Es vencer o vencer.
Y tu vences. Es el resultado inevitable de la fe.
Sigue adelante y no le prestes atención a las palabras de derrota. No hay opción, es vencer o vencer.