“Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio.” (Lucas 7:22)
Cada problema tiene su solución. Cada veneno tiene su antídoto. Jesús enumeró a los discípulos de Juan el Bautista varios problemas y sus soluciones; los sufridores y sus sueños realizados.
A los ciegos, la visión.
A los cojos, la capacidad de caminar.
A los leprosos, la purificación.
A los sordos, la audición.
A los muertos, la resurrección, la vida.
A los pobres, el evangelio.
El evangelio es el antídoto para la pobreza. La pobreza no solo económica; la pobreza de entendimiento, la pobreza del alma. El pensamiento pobre se vuelve rico por el evangelio; la mente pequeña es ampliada por la práctica de la Palabra de Dios; el entendimiento miserable es abierto y pasa a dar frutos. No hay cómo anunciar la Palabra del Rey de reyes y continuar en la miseria.
El cambio es tan profundo que transforma lo económicamente pobre en rico. No rico como los que ganan la lotería y lo gastan todo en pocos años (estos continúan con el pensamiento pobre); rico, como los que ya nacieron ricos.
Pensamiento rico. Capaz de conquistar lo que determina. Espíritu rico. Dueño de la mayor de todas las riquezas: la salvación del alma.
La mente del propio Dios dentro de ti.
“Porque ¿quién conoció la mente del Señor?¿Quién Le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.” (1Corintios 2:16)