El grado de relación del siervo con su Señor está en su cuidado de hacer la voluntad de Dios. Agradar a Dios es obedecerlo de forma libre y espontánea. Este es el más sublime sentimiento que guía la vida de quien realmente es siervo del Altísimo.
Es incluso comprensible ver a la mayoría de las personas preocupadas por sus quehaceres y cuidados personales, agradándose a sí mismas. Doloroso es ver, incluidos en esa mayoría, a aquellos que, a pesar de los muchos conocimientos bíblicos y años en la iglesia, no tienen el más mínimo deseo de priorizar la voluntad del Dios, en Quien dicen creer.
Pero, ¿cómo pueden querer servir a Alguien a Quien no conocen? ¿Cómo pueden agradar o hacer la voluntad de Alguien a Quien desconocen, aunque digan que Lo sirven? Esta situación refleja la triste condición espiritual en la que se encuentran.
Sin embargo, esta no es la realidad de los nacidos de Dios y sellados con el Espíritu Santo. Estos entienden perfectamente el significado de la voluntad del Señor, porque, sobre todo, son poseídos por el mismo Espíritu del Señor Jesús. Son siervos, nacieron para servir y no para ser servidos. Conocen la voluntad de su Señor y la cumplen. Y cuando Lo agradan, Él hace posible la realización de sus sueños de forma natural, sin ansiedad, estrés o preocupación. Incluso porque la voluntad de Dios jamás irá en contra del bienestar de Sus hijos, pues, como Padre, Él sabe lo que es mejor para ellos.