Por medio de los ojos puede entrar lo bueno y lo malo. Los ojos tienen la función de guiar el camino por el que la persona ha de andar. De ahí la importancia de mantenerlos funcionando de acuerdo con el propósito original.
Muchos cristianos iniciaron su caminata en la fe de forma fervorosa. Llegaron sufriendo a una iglesia y poco a poco fueron fortalecidos, con el tiempo se convirtieron, tuvieron un encuentro con Dios y empezaron a proclamar la salvación para otras personas. Mantenerse enfocados en Dios les hacia transitar el camino de la santidad sin mirar a la izquierda ni a la derecha. Si alguien se alejaba de la fe, sentían el dolor de Dios viendo como una oveja se perdía, y la única preocupación que tenían era la de alimentar su espíritu. Sin embargo, muchos dejaron de alimentar su espíritu para protegerse contra las malas noticias. Como resultado, las aflicciones interrumpen su relación con Dios por no ver la solución inmediata a un problema, o dejan de asistir regularmente a las reuniones al saber sobre la caída de alguien que antes era fervoroso en la fe. Con esto destruyen los peldaños espirituales que habían construido hasta aquel momento.
Sus ojos pasan a ser los de un juez, o sea, empiezan a juzgar a todos y todos los actos de las personas de su entorno. Ya no ven necesaria la frecuencia en determinadas reuniones, y empiezan a ver atractiva la vida de aquellos que no buscan a Dios.
Observa que el Señor Jesús nos advirtió acerca de esto:
“La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?”
(Mateo 6:22-23).
Con el cuerpo en tinieblas, ya no encuentran la luz que les daba fuerzas para orar, ayunar y buscar el Espíritu Santo, y debido a esto se vuelven enfermos en la fe. La enfermedad espiritual es una de las mayores villanas del cristiano, pues, cuando la persona está contaminada, empieza a culpar a Dios por todo y no consigue ver el bien en los demás. Y no solo eso, también empieza a esparcir el veneno absorbido por sus malos ojos para contaminar a los demás. Pero, ¿cómo saber si estamos siendo afectados por esta enfermedad del alma?
Todos necesitamos alimentos físicos para garantizar la salud de nuestro cuerpo físico, por eso nos alimentamos diariamente. Tratándose de nuestra comunión con Dios debe haber el mismo cuidado. Tengamos o no ganas de orar, de ir a las reuniones, o de leer la Biblia, necesitamos comprometernos a hacerlo, pues son actitudes que alimentan nuestra fe y nos aproximan a todo lo que viene de Dios. Solo así podremos permanecer en la fe con la sensibilidad que necesitamos para oír la voz de Dios y entender lo que Él quiere de nosotros. “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25).