La mayoría de las personas viven una vida que no está a la altura de los mandamientos de Dios y tampoco les preocupa. Sabemos que los incrédulos llegan a juzgar las orientaciones del Altísimo como innecesarias ya que consideran normal todo aquello que Dios condena. Pero, ¿por qué sucede eso? ¿Por qué las personas no consideran el pecado como pecado? ¿Por qué confunden la justicia con la injusticia? ¿Y por qué no creen en el juicio de Dios? Todas estas preguntas tienen una única respuesta: porque el Espíritu Santo no las convenció respecto a eso.
Si convives con alguien enredado en el pecado, sea religioso o no, y ya intentaste convencerle de la verdad, probablemente no tuviste éxito y probablemente no lo tendrás nunca. Pero no te frustres por eso, pues ese no es tu papel — eso es obra exclusiva del Espíritu Santo.
Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque no creen en Mí; de justicia, porque Yo voy al Padre y no Me veréis más; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado.
Juan 16:8-11
Cuando el Espíritu Santo nos convence del pecado, es imposible no cambiar. Él actúa por medio de una reprobación íntima fuerte, pero no acusatoria. Al mismo tiempo, Él quebranta nuestro corazón para promover el arrepentimiento, además de ofrecernos auxilio para que cambiemos.
Y si quisiéramos resistir con argumentos personales y terquedad, el Espíritu Santo simplemente despedaza todas nuestras razones de manera que nos vemos vencidos y rendidos completamente a Su razón. La claridad con la que el Espíritu Santo expone quiénes somos, lo que hemos hecho y nuestra condición miserable, nos deja tan convencidos de nuestros errores que no tenemos cómo continuar resistiéndolo. Esa forma de actuar solo la tiene el Espíritu Santo. Ningún hombre consigue tener tamaña influencia y poder para hablar tan fuerte al alma y convencerla de volverse al Altísimo.