“¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le respondieron: No, ni si quiera hemos oído si hay un Espíritu Santo.”
Hechos 19:2
La pregunta que el apóstol Pablo les hizo a sus discípulos en Éfeso aún resuena fuertemente en nuestros días. Aquellos hombres vivían una vida incompleta porque, aunque creían en el Señor Jesús, aún no habían recibido la mayor de todas las promesas de Dios para el hombre: Su Espíritu.
Te propongo esta misma pregunta y me gustaría que tu conciencia despertase al respecto, para que puedas realizar un profundo autoanálisis sobre tu comunión con el Espíritu Santo.
Recibir el Espíritu Santo no es algo opcional que algunos quieren y otros no, sino que es una cuestión de vida o muerte espiritual. ¿Sabes por qué? Porque la salvación del alma depende de la fe y del arrepentimiento sincero que solo el Espíritu Santo puede provocar.
Estos discípulos de la época de la Iglesia Primitiva se habían convertido e incluso habían sido bautizados en las aguas, pero aún no habían recibido el Sello de Dios, la garantía de la salvación. En aquel momento, ni siquiera habían escuchado hablar del Espíritu Santo.
En cierto modo eso es comprensible porque estaban a unos mil kilómetros de Jerusalén, donde el Pentecostés había tenido lugar. Siendo así, no había medios de comunicación como en los días actuales para enterarse de lo que había sucedido allí.
A diferencia de aquella época, en la actualidad, aunque se habla mucho sobre el Espíritu Santo, pocos son los que han considerado Su verdadera importancia.
Ignorar el Espíritu Santo es despreciar la mayor gloria de Dios y el mayor de los privilegios concedidos al ser humano. Es desdén hacia la dádiva que fue fruto del “ruego”, es decir, de la intercesión más profunda del Señor Jesús al Padre en nuestro favor.
El hijo pidió, el Padre concedió, y el Espíritu Santo fue derramado. Solo falta que repose sobre ti, para que te conviertas en templo del Dios Altísimo.
Insisto mucho en este tema porque, sin el Espíritu Santo, nuestras convicciones no son lo suficientemente firmes para permanecer hasta el fin. No tenemos fuerzas que nos garanticen vencer las tentaciones, las luchas y los reveses en este mundo, por mejor que sea nuestra intención. Sin la ayuda del Espíritu Santo, cualquier persona, independientemente del conocimiento bíblico, del tiempo de iglesia o del cargo eclesiástico que posea, caerá en la apostasía de la fe. Las Escrituras afirman claramente: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él” (Romanos 8:9).
Estamos en los últimos tiempos. Crisis como la que causó la pandemia y que puso al mundo de rodillas ante un virus, son pequeñas muestras de los acontecimientos descritos en el libro de Apocalipsis.
En medio a este caos podemos, por un lado ayudar a las personas aterrorizadas por el miedo a enfermarse y a morir y, por otro, contemplar la seguridad de aquellos que tienen el Espíritu Santo y saben en Quién han creído.
Esa confianza en Dios nos da paz, lo que no significa que no estemos sujetos al COVID-19, pues somos de carne y hueso y susceptibles a las fragilidades de este cuerpo. Pero podemos descansar en medio de la tempestad porque construimos, por medio del Espíritu Santo, nuestra casa (vida) sobre la Roca, el Señor Jesucristo. Por eso, logramos mantener la fe en medio de un mundo de tantas incertidumbres; descansar seguros navegando en un mar revuelto, exactamente como lo hizo nuestro Señor Jesús.
Por todo esto y mucho más te invito a buscar conocer al Espíritu Santo con sed, a tenerlo en tu interior y a vivir en intensa comunión con Él día tras día.
Sé que el Espíritu Santo hablará infinitamente más de lo que ya fe expuesto aquí. Si Lo oyes, experimentarás las mayores alegrías de tu vida, y el único propósito por el cual este libro ha sido escrito se habrá cumplido.