“Durante muchos años sufrí constantes abusos por parte de familiares cercanos”, recuerda Rosa.
Los sentimientos de culpabilidad y vergüenza aumentaban. No era capaz de contárselo a nadie. “Era una niña en busca de cariño. Continuamente me preguntaba qué había hecho mal y por qué mi madre no se daba cuenta”, confiesa.
Rosa se casó muy joven buscando la protección anhelada, pero nada pudo darle esa sensación de amor y seguridad. “Tuve muchas parejas pero todo se resumía en traición y desilusión. Buscaba que llenaran aquel vacío pero siempre acababa pensando que nadie me quería.”
El suicidio siempre había sido una opción para ella.
“Desde pequeña tenía siempre el pensamiento de querer matarme porque el tormento interno era brutal. Intenté suicidarme tres veces, en una de ellas acabé ingresada en el Gregorio Marañón”, recuerda.
Cuando Rosa llega al Centro de Ayuda Cristiano, descubre el amor que cura el interior.
“Es difícil explicarlo en pocas palabras pero aquí descubrí que estaba Dios. A través de la orientación espiritual e inteligente de este lugar recuperé mi vida. El dolor que estuvo en mi interior durante más de cuarenta años, solo Dios lo pudo sanar. Ahora soy feliz porque conocí a Jesús, el amor de mi vida”, concluye.