“Es la fe la que mueve la mano de Dios, es la fe la que vuelve posible lo imposible” con esta afirmación empezaba, el pasado domingo, la reunión el obispo Paulo Roberto.
La clave del éxito es no perder la fe. Muchas personas se angustian o se deprimen debido a los problemas que atraviesan. Cada vez es más habitual que pierdan la esperanza y piensen en desistir. ¿Por qué? Porque no están apoyadas en la Palabra de Dios.
La envidia es una actitud dañina que provoca mucho sufrimiento para quien la padece y para el envidiado. No entiende de amistad ni de familia, por eso, genera tanta frustración cuando las personas de nuestro entorno más cercano nos hacen sufrir como consecuencia de esta rivalidad.
En la Biblia hay un buen ejemplo de los efectos tan devastadores que puede provocar la envidia. Daniel tenía un “espíritu excelente” y era fiel a Dios. Era uno de los exiliados a Babilonia. A pesar de huir a un lugar lejos de su tierra y de su familia consiguió prosperar, aunque tuvo que enfrentarse a muchos problemas.
El rey Dario, le observó y comprobó que Daniel era especial. Por eso pensó en ponerlo como responsable de todo el reino. Esto provocó la envidia de otros gobernadores. No entendían cómo siendo extranjero podía tener esa responsabilidad y además eran conscientes de que si él gobernaba no podrían robar ni defraudar en todo el reino. Como no podían encontrarle en ningún renuncio tramaron una emboscada. Se presentaron delante del rey Darío y le dijeron: “Todos los gobernadores del reino, magistrados, sátrapas, príncipes y capitanes han acordado por consejo que promulgues un edicto real y lo confirmes, que cualquiera que en el espacio de treinta días demande petición de cualquier dios u hombre fuera de ti, oh rey, sea echado en el foso de los leones. […] confirma el edicto y fírmalo, para que no pueda ser revocado […]“ (Daniel 6:7-8).
El rey, inocentemente, pensó que todos, incluso Daniel, estaban de acuerdo y aceptó. Daniel continuaba orando tres veces al día así que cuando los sátrapas lo vieron, dijeron que tenía que hacerse cumplir la ley. El rey Darío se dio cuenta, entonces, de la trampa a la que había sido sometido, pero no pudo hacer nada y Daniel acabó en el foso de los leones. Daniel solo podía contar con Dios, con nadie más.
El rey Darío no pudo cenar ni dormir aquella noche. Estaba angustiado. A la mañana siguiente acudió al foso, esperanzado, y llamó a Daniel. Él respondió: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo” (Daniel 6:22).
En definitiva, cuando la persona es de Dios y asume la fe, nada ni nadie podrá destruir su vida. Debes saber esperar, no desanimarte y confiar. Él te protegerá y te dará la victoria.
¿Qué ocurrió con los hombres que habían traicionado al rey y a Daniel? El rey mandó que fueran al foso con sus hijos y con sus mujeres. Los leones les rompieron todos sus huesos. Aquellos hombres que prepararon todo para destruir a Daniel, fueron destruidos. Dios hizo justicia.
Daniel fue bendecido por su fidelidad y su integridad. Y es que cuando la persona entrega su vida a Dios y se rinde en cuerpo, alma y espíritu; el Espíritu Santo le da la fortaleza necesaria para enfrentar las adversidades y vencerlas.
“Yo comencé en la iglesia como estás tú hoy, sentado en una butaca. La iglesia era muy pequeña pero nuestra fidelidad, y nuestra entrega, hizo que Dios nos bendijera. En estos años hemos pasado por muchos problemas, pero, en todos, Dios nos dio la victoria”, relató el obispo.