En la tentación del Señor Jesús encontramos, tal vez, la mayor lección para la victoria en la vida. Los tres primeros evangelios apuntan al hecho de que fue el propio Espíritu Santo quien guió al Señor Jesús al desierto, con la finalidad exclusiva de ser tentado por el mal. Las preguntas que enseguida nacen en nuestros corazones son: ¿Por qué Dios quería que Su Hijo fuese tentado por el mal, antes incluso de iniciar Su ministerio terrenal?
¿Cuál es la razón de que eso sucediese exactamente en un desierto aquí en la tierra? Si fue con esa intención sólo de probarlo, entonces, ¿se puede preguntar si Dios no sabía quién era Su Hijo?
En realidad, Dios nunca hizo nada sin un gran objetivo. Muchas veces, nosotros también somos llevados a un gran desierto, por el propio Dios y, perplejos, nos quedamos conjeturando una serie de cuestiones.
Aquí en el desierto, bien lejos de todo y de todos, absolutamente solo, aparentemente abandonado, Jesús sabía que, aunque Sus ojos no pudiesen contemplar ayuda exterior, aún así, dentro de Él una voz no cesaba de decir: «Yo estoy contigo. No importa toda esta soledad; ten seguridad de que Yo estoy contigo».
Esta voz siempre se hace presente en las horas de mayor angustia y aflicción por las cuales pasamos por el desierto de este mundo.
Después de ayunar tantos días y tantas noches, era imposible que el Señor Jesús no tuviese hambre, pues Su naturaleza humana estaba al fin de los límites para quedarse sin comida. Y fue exactamente a causa de eso, aprovechando la necesidad física, que el mal se acercó a Él y le lanzó la primera saeta venenosa, al decir: «Si eres hijo de Dios, manda que estas piedras se transformen en panes».
El mal sabia perfectamente que Jesús era el Hijo de Dios. Aunque estuviese sólo en la naturaleza humana, comprobada por el hambre, aún así Su naturaleza divina era real, incluso si no tuviese el derecho de usarla, pues Él tenía que vivir exclusivamente dentro de los límites humanos.
Esto significa que, Él no podría usar Sus atributos divinos para traspasar las barreras de las dificultades, como, por ejemplo, transformar las piedras en panes para saciar Su hambre. ¡No! Si esto ocurriese, entonces no sería Jesús, Hijo y Cordero de Dios, quien estaba entre nosotros, sino el propio Dios, y, de ahí que Su sacrificio sería invalidado, pues no podría sufrir en carne, en alma y espíritu con su muerte en el Calvario. Su humanidad debería estar presente. Él tendría que sentir en su propia piel el sufrimiento humano. El mal sabía eso y más, y aún así, tentó al Señor Jesús, lanzándole un desafío.
Dios permitió toda esta humillación a Su Hijo, simplemente para que nosotros pudiésemos entender que, por mayor que sea la prueba o la tentación que pasemos, el escape tiene que ser por una única puerta: La Palabra de Dios. El Señor Jesús, con esto, nos dio ejemplo de cómo podemos resistir y vencer cualquiera que sea la tentación que el mal intente imponernos sobre nosotros, o cualquier problema que enfrentemos.
En la primera tentación, el Diablo tentó a Jesús con una palabra sugestiva que, a primera vista, podría haber sido una buena solución. Pero, porque venía del mal, aquella solución no podría ser la mejor. Jesús estaba hambriento. Cuarenta días y cuarenta noches sin comer absolutamente nada.
Su primer gran problema era el hambre. El segundo, la sugestión maligna. Sin embargo, Él no cayó en la tentación. Dejando las emociones de lado, Jesús partió hacia lo que la Palabra de Dios había determinado para cuantos en ella creen de todo corazón, y confesando, afirmó:
«Está escrito: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda Palabra que procede de la boca de Dios».
Ante aquella situación contraria, el Señor Jesús resistió, no con Su Poder, ni con Su autoridad suprema, sino solamente con Su Palabra. Ahí está el camino cierto para la salida de todo y cualquier problema que nos aflija.
No basta sólo con conocer la Palabra de Dios. Es preciso aplicarla siempre en el momento preciso de la necesidad y, cueste lo que cueste, pasarán los cielos y la tierra, pero la Palabra que procede de la boca de Dios se cumplirá, independiente de cualquier circunstancia.