“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105).
No puede haber una perfecta comunión con Dios sin el conocimiento de Su santa voluntad. Cuando Jesús venció al diablo, lo hizo usando la Palabra de Dios. Es la espada del Espíritu Santo, y cuando la usamos con fe, no hay nada en este mundo capaz de derrotarnos, pues penetra en nuestro ser hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos. Cuando es pronunciada por un siervo de Dios en el nombre del Señor Jesús, produce efectos extraordinarios.
Todo aquel que desea vencer a Satanás debe conocer bien la Palabra de Dios, la Sagrada Biblia, pues produce fe en nuestros corazones para resistir al diablo, y es a través de esta palabra maravillosa que se han producido los mayores milagros. Por eso, es necesario conocerla profundamente.
Al leer la Biblia, la persona puede sentir un cierto cansancio o dificultad de comprensión inicial pero, la mayor fuente de nuestra orientación espiritual, siempre será la Palabra de Dios. Aquello que hoy parece distante de nuestro entendimiento, mañana se volverá familiar y de fácil comprensión con el auxilio permanente del Espíritu Santo. Sin el conocimiento de Su Palabra, nunca alcanzaremos los beneficios que Dios nos propone a través de la misma.
Muchas personas se preocupan porque no entienden lo que leen en algunas partes de la Palabra, pero eso no importa; en verdad, lo que sí importa, es perseverar en el deseo de conocerla sin querer ser capaz de interpretarla en su totalidad, pues en el mundo entero, no hay, ni nunca hubo, un solo hombre capaz de interpretarla íntegramente, lo que explica, inclusive, la razón de la existencia de tantos tipos de iglesias y religiones en el mundo.
A continuación puedes ver algunos ejemplos que pueden ayudarte en la lectura de la Biblia:
- Ora sinceramente al Señor antes de abrir la Biblia, pidiendo que el Espíritu Santo te guíe y te ilumine en tu lectura.
- Una buena opción es leer diariamente tres capítulos del Antiguo Testamento y dos del Nuevo Testamento.
- No leas acostado, sino siempre sentado, y escoge un lugar tranquilo y silencioso para tu lectura.
- La lectura debe ser tranquila y pausada, sin prisa, con momentos de reflexión, observando bien la puntuación.
- Si es necesario, busca orientación en la Biblia de estudio o en libros de contextos diferentes, que te ayuden a resolver dudas.
- Utiliza siempre un buen diccionario para buscar el significado de las palabras desconocidas, de preferencia, anótalas en un papel para consultas posteriores.
- Aunque tardes en entender, persevera en la lectura, pues en otra ocasión, al releer el párrafo más difícil, seguramente lo entenderás mejor.
- Nunca acumules la lectura. No dejes para después la lectura de hoy, pues eso puede desanimarte y hacer que rompas tu ritmo de lectura. El enemigo con certeza hará de todo para desanimarte de proseguir en tu propósito de lectura, porque sabe que después serás más fuerte, más capaz y tendrás mucha más fe.
Aunque los testimonios que vemos y citamos puedan despertar entusiasmo en los oyentes y hacer nacer en ellos la esperanza de ver la bendición de Dios en sus vidas, lo que realmente provoca la genuina fe transformadora en quien nos oye es la Palabra de Dios.
Solamente a través de ella se llega a un avivamiento y a un verdadero despertar de la fe. Es como está escrito: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17).
Debemos cuidar bien de tener un adecuado conocimiento de la Palabra, siguiendo la orientación apostólica de Pablo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de que avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
El conocimiento de la Palabra es algo que nos aproxima a la eternidad, pues ella misma jamás pasará, como Jesús nos dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Marcos 13:31).
La mayor de todas las enseñanzas de la Biblia está centrada en el conocimiento propio de la vida que existe en Cristo Jesús. No existe ninguna otra literatura disponible en el mundo que sea capaz de transformar personas problemáticas en personas recuperadas; alcohólicos, marginales, asesinos, homosexuales, prostitutas o perturbados, en seres humanos restaurados y dispuestos a una nueva vida, siendo solo posible a través del Señor Jesús.