Mire hacia arriba

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Nada de los que nosotros, humanos, vemos como grande es realmente grande ante los ojos de Dios. Nuestras riquezas pueden parecer una gran cosa, pero todo depende del punto de vista. En este mundo, el oro es algo muy valioso, pero, si creemos en el Dios de la Biblia, creemos en el Dios que creó una ciudad donde las calles son de oro (Apocalipsis 21:21). Lo que es valioso para nosotros, para Él es asfalto. Lo realmente precioso para Él es nuestra vida, nuestra alma. Y eso es lo que el ser humano valora menos, tanto es así que muchos, cuando pierden dinero, se deprimen, se enferman o se suicidan. Pierden lo más preciado que tienen por un puñado de asfalto.

Claro que debemos buscar el desarrollo económico y valorar lo que ganamos con nuestro trabajo, pero nunca podemos olvidar el lugar que esas cosas deben ocupar en nuestra vida. Saber establecer prioridades es lo que le dará equilibrio en su conquista del éxito. En primer lugar, absoluto, está su relación con Dios, y esta es distinta a su relación con la iglesia o a cumplir con rituales de su religión. La relación con Dios es algo mucho más personal y no tiene que ver con la religión. En segundo lugar está su matrimonio. La relación con su cónyuge puede afectar a todas las otras áreas de su vida. En tercer lugar vienen sus hijos. Y, por último, su trabajo.

¿Parece extraño, no? Durante años, revistas y libros de negocios nos llevaron a creer que si una persona quería alcanzar el éxito, debería poner el trabajo en primer lugar. El ejecutivo workaholic era visto casi como un héroe. En los últimos tiempos, sin embargo, el mercado se dio cuenta de que ese no es el mejor modelo para administrar una carrera.

El ciudadano no ve crecer a sus propios hijos, se aparta de su casa, se divorcia de su mujer, compromete su patrimonio con el pago de una pensión, come mal, no se ejercita, se involucra con una mujer más joven que se pasa el día gastando con su tarjeta de crédito, se divorcia de esa también, debe pagar otra pensión, se involucra con ora mujer, tiene un infarto y vive a base de medicamentos. Aunque su cuenta bancaria esté llena, ¿realmente puede decir que esa persona tiene éxito? ¡Por supuesto que no! Puede tener mucho dinero, ¡pero no éxito! Entienda una cosa: sin equilibrio no hay éxito.

Hay dos maneras de poner el dinero en primer lugar.

Una de ellas, la más obvia, es preocuparse por acumular bienes materiales sin que le importe otra cosa. Eso, es bueno decirlo, no tiene nada que ver con ser rico o ser pobre. Alguien puede no tener mucho dinero, pero preocuparse solo por él hasta el punto de ni siquiera admitir ayudar a alguien o sacrificar algo. (así como también se puede ser muy rico, pero poner sus bienes materiales en segundo plano). Por no notar esa diferencia, muchas personas ignorarla segunda manera de poner el dinero en primer lugar: preocuparse tanto por él hasta el punto de intentar fingir que no se preocupa. El dinero es el centro de la vida, tanto de quienes lo enaltecen como de quienes lo desprecian. Los dos extremos son incorrectos.

Por ejemplo, los religiosos que valoran tanto el dinero que creen que despreciar la prosperidad es una señal de espiritualidad. No lo es. Porque si creemos en un Dios tan grande, lo mínimo que debemos tener es lo mejor de esta tierra. Incluso una promesa de Él: «Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierna» (Isaías 1:19).

La tradición católica hizo que muchos creyeran que la pobreza es señal de santidad, pero eso no tiene ningún respaldo en la Biblia. Al contrario. Las promesas de prosperidad están esparcidas desde el Génesis hasta el Apocalipsis. El resumen del pensamiento bíblico sobre el tema es: «Dios hace habitar en familia a los desamparados; saca a los cautivos a prosperidad; mas los rebeldes habitan en tierra seca» (Salmos 68:6).

La cuestión no es oslo conquista. La persona puede conquistar con Dios o sin Dios. Existen personas que ni creen en Dios y conquistan. Muchos tienen dinero sin necesariamente tener una conexión con Dios. Peor el dinero es papel. El oro es asfalto. Todo lo que es realmente valioso no podemos obtenerlo sin Dios. La paz. La tranquilidad. El equilibrio emocional para establecer todas nuestras conquistas y multiplicar lo que tenemos sin perder la concentración en lo que realmente importa. La familia, la vida la salud, los recursos primarios que nos dan condiciones de trabajar y vivir. Esa es la base. Nuestra fuerza interior y nuestra estructura espiritual nos mantienen centrados para aguantar los ajetreos y los giros inesperados que nos presenta la vida.

Por eso, construir una relación con Dios es fundamental. No estoy hablando de frecuentar una iglesia o cumplir con rituales de alguna religión. Eso incluso puede aportar cierto alivio psicológico temporal para algunas personas, pero no es capaz de cambiar el interior de nadie.

La relación con Dios se construye como se construye cualquier relación. Primero, usted trata de saber más sobre la persona. ¿Cómo es? ¿Qué piensa? ¿Cuáles son sus intereses? Para descubrir eso, es mejor ir directo a la fuente: la Biblia y el propio Dios.

En una oración sincera y honesta, dígale a Dios que usted está interesado en conocerlo. Puede ser realmente honesto en esa oración, diciendo: «Dios, yo no sé quien eres, ni tengo muchas ganas de hacer esta oración. Pero si realmente existes, ayúdame a conocerte».

Y si usted considera que ya conoce a Dios, trate de conocerlo mejor. Tal vez lo que conozca de Él es lo que oyó decir. Tal vez haya experimentado una emoción y crea que tuvo una experiencia con Dios. Tal vez crea que conoce a Dios por ser una persona religiosa. Pero, ¿realmente conoce a Dios? ¿Realmente lo pone en primer lugar? ¿Cómo saberlo?

¿Qué significa poner a Dios en primer lugar? Significa consultarle antes de tomar sus decisiones. Es interesarse en saber cómo Él ve las cosas para cambiar su propia forma de actuar y pensar. Es poner la voluntad de Él antes de sus elecciones y depender de Él. No como una influencia abstracta, sino como una persona real.

Además, un estudio reciente mostró que la experiencia de conversar con Dios es neurológicamente real. Las áreas del cerebro que se activan son exactamente las mismas que lo hacen en una conversación con una persona visible. El cerebro no diferencia a Dios de na persona que nuestros ojos pueden ver. El mismo neurocientífico responsable por ese estudio, Andrew Newberf, descubrió, en otra investigación, que la oración, así como la meditación, ayuda a mejorarla memoria, dejando el área del cerebro responsable por la atención más espesa y con más practica. Más allá de todo, existe un efecto beneficioso en el control de la ansiedad, la depresión y la disminución de la mortalidad. La investigación también sugiere que el cerebro de alguien que tiene una práctica espiritual posee niveles más elevados de dopamina, un neurotransmisor asociado al aumento de la atención y la motivación. Si usted todavía no tiene esa relación con Dios y ha dejado su espiritualidad de lado, debería intentarlo.

Cuando vivía en Siclag, David llegó a su casa y toda su familia había sido secuestrada. «Vino, pues, David con los suyos a la ciudad, y he aquí que estaba quemada, y sus mujeres sus hijos e hijas, habían sido llevados cautivos» (1 Samuel 30:3). Frente a esa tragedia, todo el pueblo comenzó a llorar, hasta perder sus fuerzas. Pero mientras el pueblo todavía estaba aturdido, pensando incluso en apedrearlo, el texto dice: «(…) mas David halló fortaleza en el SEÑOR, su Dios» (1 Samuel 30:6). Mientras lo natural es que todo el mundo llore, se amargue y tome decisiones equivocadas, quien confía en Dios se reanima.

Él consultó a Dios, quien lo fortaleció. David recuperó todo lo que había perdido y tuvo mucho más de lo que tenía antes, porque  puso a Dios en primer lugar. Cuando usted pone a Dios está en primer lugar, es fiel a Él, por encima de ser fiel a la iglesia, por encima de ser fiel a su marido, a su esposa o a sí mismo. Cuando Dios está en primer lugar, todo lo que usted tiene se multiplica. Nada lo derriba, nada lo destruye.

Si todo el mundo le falla. Él no le falla. Cuando usted tiene conciencia de ese Dios, sus actitudes son diferentes. No se queda lloriqueando en los rincones ni buscando el consuelo de alguien. Cuando se tiene la visión de la grandeza de Dios, usted puede ser pequeñito, su empresa puede funcionar dentro de una habitación, pero usted sabe que puede vencer porque Dios es grande. Puede ser de edad avanzada y puede ser que nadie crea en usted, pero usted cree. Cuando habla con Dios, imagina a un Dios poderoso, grande porque lo conoce.

¿Cuál es el tamaño de Dios? La oración de David dice:

«Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste…» (Salmos 8:3).

«Obra de tus dedos». No de las manos, de los dedos. Usamos los dedos para hacer cosas pequeñas. Cuando vamos a enhebrar el hilo en una aguja, por ejemplo, usamos la punta de los dedos. Todo lo que vemos es obra del dedo de Dios. ¡Imagínese si Dios pone uno de eso dedos en su vida!

Sin embargo, incluso así, muchos continúan inseguros y miedosos. Si decide aliarse con alguien así de grande, ¿hay algo a lo que podría temerle? David creía que no: «EL SEÑOR está conmigo; no temeré lo que me pueda hacer el hombre» (Salmos 118:6) y «El SEÑOR es mi luz y mi salvación, ¿de quién temeré? EL SEÑOR es la fortaleza de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?» (Salmos27:1). Dios concuerda con él: «Yo, Yo soy vuestro COnsolador. ¿Quién eres tú para que tengas temor de los mortales y de los hijos de los hombres, que es como el heno?» (Isaías 51:12).

Muchos ven que nada grande sucede en sus vidas porque han disminuido a Dios. A nadie le gusta que lo disminuyan. A Dios tampoco le gusta.  Y solo cuando encuentra a alguien que no lo reduce y que cree en su grandeza, Dios se manifiesta.

¿Usted pensaba que su barrio era grande? ¿Su ciudad? ¿Su país? Ahora está teniendo la oportunidad de tener una relación con Dios Todopoderoso, Creador de todo. Ahora sí, ampliará su visión y entenderá qué es la verdadera grandeza. Él no abre una puertita, Él no da una ayudita. Él no mejora su vida. Con Dios, su vida cambia. ¿Qué podría perder usted?

Nuestro universo tiene cerca de 100 mil millones de galaxias. Es imposible estar seguro de ese número, ya que es algo difícil de calcular, ese es un valor aproximado. Nosotros estamos en una de esas galaxias, la Vía Láctea. Como es difícil determinar la cantidad exacta de estrellas en una galaxia, hay cálculos «aproximados» que van de 100 mil millones a 400 mil millones. No se sabe exactamente. Pero incluso si consideramos el número de 100 mil millones, es una cantidad absurdamente elevada.

Una de las estrellas de nuestra galaxia es el Sol. Alrededor del Sol orbitan nueve planetas. Uno de esos planetas es la Tierra, que tiene 8.7 millones de diferentes especies vivas y nosotros somos una de ellas. Solamente una. Y somos 7.2 mil millones de seres humanos. Todo eso creado por los dedos de Dios. Fíjese en el tamaño de ese Dios. Imagínese tener un pacto con Él. Imagínese la seguridad. Imagínese poner su vida bajo su cuidado.

Y, todavía mejor: incluso siendo tan grande y tan poderoso, Dios es capaz de mirarnos a cada uno de nosotros y aproximarse como si tuviera nuestro tamaño. «Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu, para reavivar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los quebrantados» (Isaías 57:15).

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