No huya de la lucha

No huya de la lucha

Abraham y Sara estaban casados, pero ella era estéril. En esa época y en su cultura, no tener hijos era vergonzoso. Y la cultura también permitía que la esposa eligiera a una sierva para que tuviera hijos de su marido en lugar de ella. Entonces, Sara convenció a Abraham de tener un hijo con su sierva Agar. Sin embargo, cuando nació el bebé Ismael, Agar no quiso continuar siendo tratada como sierva y la situación entre las dos se hizo insostenible. Después de que Sara dio a luz a su propio hijo, Isaac, convenció a su marido de que expulsara a su sierva y al joven Ismael.

Agar partió con su hijo hacia el desierto sin saber exactamente qué camino seguir. Cuando se le terminaron las provisiones que Abraham le había dado para el viaje., Ismael empezó a sentirse mal y no pudo continuar. Entonces, Agar dejó a su hijo y se alejó, ya que no quería verlo morir. «Y le faltó el agua del odre, y echó al muchacho debajo de un arbusto, y se fue y se sentó enfrente, a distancia de un tiro de arco; porque decía: No veré cuando el muchacho muera. Y cuando ella se sentó enfrente, el muchacho alzó su voz y lloró» (Génesis 21:15-16). Agar observó la situación y ya estaba desistiendo.

Hay gente que al ver su empresa quebrando, se aparta. Cuando parece que no hay más solución para el problema, le da la espalda y huye. Pero es justamente en esos momentos cuando usted tiene que afirmarse, dar la cara y asumir la promesa que Dios le hizo.

«Y oyó Dios la voz del muchacho; y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, y le dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz del muchacho en donde está. Levántate, alza al muchacho, y sostenlo con tu mano, porque yo haré de él una gran nación. Entonces Dios le abrió los ojos, y vio una fuente de agua; y fue y llenó el odre de agua, y dio de beber al muchacho» (Génesis 21:17.19).

Ismael no olvidó la promesa que recibió de Dios. Allí, incluso cuando estaba muriendo, su voz se escuchó. La voz de su fe. La voz de su confianza en la promesa. Dios no olvidó lo que había prometido y los dos fueron rescatados. Observe que la salida de la situación de Agar estaba delante de sus ojos, pero ella no había logrado verla. Estaba tan involucrada en lo que parecía estar ocurriendo que no se dio cuenta de lo que realmente estaba sucediendo. Sus ojo fueron abiertos a la realidad: hay una salida para su problema. Usted verá la salida si, en vez de mirar la situación, recuerda que hay una promesa para usted.

Hoy no va a aparecer un ángel del cielo para hablarle, para recordarle que Dios oyó sus oraciones. Pero eso quedó registrado justamente para que jamás olvidemos que él nos escucha. Si se enfoca en Dios en lugar de enfocarse en los problemas, él le abrirá los ojos a una solución.

Desistir de luchar hubiera sido fatal para Ismael y Agar, así como ha sido fatal para muchas empresas todos los años. Un número importante de empresas cierran con cinco años de vida, entre un 50% y 70% de ellas, dependiendo de la época. Algunas no sobreviven al primer año. Hay empresarios que no se preparan para las dificultades y se asustan cuando las ven.

Yo comparo la administración de una empresa con andar en bicicleta. Hay momentos en los que uno está en un lugar plano y está tranquilo, no necesita hacer mucho esfuerzo. Pero cuando se está subiendo una cuesta, es preciso esforzarse más. Y cuando la cuesta es muy empinada, hay que hacer realmente mucha fuerza. En otros momentos, usted se encuentra con una escalera y debe cargar la bicicleta mientras sube los escalones.

No piense que va a ser fácil solo porque no tiene jefe. Es mucho más cómodo ser empleado. Cuando usted es su propio jefe, tiene que aprender a enfrentar desafíos. Quien tiene su propio negocio tiene que matar un león cada día. Es común que al enfrentarse a las primeras dificultades, muchos terminan desistiendo y optan por trabajar para otros, pues es más seguro.

Todavía muy joven, a los 17 años, compré mi primer establecimiento, un almacén. Además del almacén, compré la casa que estaba detrás. Los primeros tiempos fueron tan ajetreados que dormí más de cuarenta noches sobre el mostrador. Entonces, cuando parecía que todo se estaba estabilizando, finalmente decidí que me mudaría a la casa de atrás de la tienda. Fue la primera noche que dormí en una cama después de más de cuarenta días de trabajo duro. Entonces, literalmente me desplomé sobre el colchón.

Al día siguiente me desperté dispuesto a enfrentar un nuevo día de trabajo y cuando traté de abrir la puerta de la tienda me asusté al notar que ya estaba abierta. Parecía mentira. Parecía que alguien me había hecho una broma de mal gusto. Pero no.

Después de ese mes de sacrificio, justamente cuando creía que las cosas habían empezado a funcionar, alguien había invadido la tienda y se había llevado la mayor parte de la mercadería. Caminé entre las estanterías sin poder creer lo que veía. Fue un shock. Solo me había quedado un 20% de la mercancía, no tenía dinero para reponerla y sabía que nadie me vendería, creyendo que no iba a tener cómo pagar.

En ese momento, frente a esa situación caótica, sentí el golpe y me di cuenta de que tenía que elegir. O me entregaba a esa situación o adoptaba una actitud fuerte. Si le contaba a alguien lo que había pasado, iba a tener problemas. Entonces, saqué fuerzas de mi debilidad y enfrenté la situación sin contárselo a nadie. Pensé: «no puedo rendirme», «no voy a fracasar». Era una cuestión de honor. Yo tenía un objetivo. No quería trabajar para nadie, y el ladrón podía haberme robado la mercancía, pero no le permitiría que robase mi sueño.

Ordené la mercadería que había sobrado y entré en contacto con los proveedores. Les pareció raro que quisiera reponer el stock tan rápido, pero les dije, con un tono de voz tan entusiasmado que me creyeron, que los negocios estaban yendo muy bien. «Mire, ¡necesito más mercancía porque las estanterías ya están todas vacías!». Sin duda, deben haber pensado que había vendido todo. Cuando alguien me preguntaba cómo estaba, respondía que estaba muy bien. Nunca me quejé, nunca me lamenté. Yo sabía que lograría levantarme.

Recomencé, entonces, comprando mercancía al fiado, pero sin contarle a nadie lo que había pasado. Pude pagar a los proveedores ese mes y realmente me recuperé. Empecé a prosperar. Poco tiempo después, abrí una tienda de bicicletas y, ya casado, abrí una tienda de golosinas para mi esposa y una heladería. Comencé a vender autos y compré máquinas de videojuegos para alquilar.

Fui desarrollando la vida empresarial desde temprano, con esa visión de hacer que las cosas funcionaran. Al principio, ese hurto casi me hizo detenerme ya que no me lo esperaba. Sin embargo, la dificultad me mostró mi fuerza. Yo descubrí una fuerza que no sabía que tenía y fue eso lo que me permitió mantener los negocios que vinieron después.

Si hay una oración que aquellos que quieren vencer nunca deben decir es: «Dios, ¡líbrame de las luchas!». Dios es el Señor de la guerra, el Señor de los Ejércitos. Él permite que lucharemos, no para vernos sufrir, sino para que tengamos una oportunidad de vencer. Cambie su visión sobre las guerras. En lugar de verlas como el preludio de la derrota, véalas como la previctoria. Pídale a Dios fuerza, sabiduría y estrategia para vencer las luchas. Quien huye de la lucha deja su espacio para que otra persona lo ocupe. Elegir luchar transforma sus peores dificultades en fuerza para avanzar. Si no hay lucha, ¿cómo va a haber victoria?

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