“Es importante que priorices el Espíritu Santo en tu vida y que procures llenarte de Él porque es la garantía de nuestra victoria, de nuestra permanencia en la fe”, con esta afirmación comenzaba la reunión del pasado domingo, el obispo Paulo Roberto.
De ahí la importancia del Ayuno de Daniel que se está llevando a cabo en estas semanas. Un acto de fe que cuesta esfuerzo y sacrificio porque vivimos en la era de la información pero que, merece la pena llevar a cabo, para llenarnos del Espíritu Santo.
Hubo una época en la que los apóstoles convocaron a todos aquellos que querían apoyar el trabajo de la obra de Dios. Muchos trajeron sus ofrendas. ¿Por qué? Porque todo lo que hacemos en la obra de Dios es por la fe, es voluntario. Si la persona cree, obedece y practica. El problema es que, muchas veces, la persona quiere demostrar lo que no es. La Biblia en Hechos 5:1-3 cuenta que cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad,
2 y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles.
3 Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?
¿Qué significa? Él pensaba que estaba engañando a los apóstoles, es decir a los hombres, pero en realidad estaba tratando de engañar a Dios.
Ananías al escuchar las palabras de Pedro cayó al suelo muerto. Y vino un gran temor sobre los que estaban presentes. Tres horas más tarde llegó la mujer de Ananías y sin saber lo que había ocurrido, Pedro le dijo: ¿Vendiste la heredad? Y ella dijo: Sí. Posteriormente la hallaron muerta.
El punto clave a observar en este pasaje es la pregunta que Pedro le hizo a Ananías: “¿por qué llenó satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?” La respuesta es sencilla: Satanás llenó el corazón de Ananías porque su corazón estaba vacío de el Espíritu Santo. Satanás aprovecha para sembrar dudas, malicia y malos pensamientos en estas personas. En definitiva, para destruir su fe. “Satanás vino para hurtar, matar y destruir” (Juan 10:10).
El obispo apuntó que “nuestra batalla no es física, es espiritual. ¿Cuántos llegaron, un día, al Centro de Ayuda con la vida destruida y a través de la fe comenzaron a vivir felices; pero no pusieron a Jesús en primer lugar y lo perdieron todo? Manifestaron la fe, pero no se entregaron de corazón”.
No tienes que ser pastor, obispo, ni obrero. Cualquiera que a través de la fe invoque el nombre de Jesús, recibirá la respuesta. Pero eso no es garantía para que uno permanezca en la presencia de Dios. Lo más importante es que, además de las conquistas físicas y materiales, conquistes tu vida eterna con Dios.