Tal vez pienses que este paso es difícil, pero en realidad es el más importante para tu completa liberación. Orar sin cesar es estar siempre en espíritu de oración, siempre en contacto con Dios.
Nuestras manos pueden estar atadas, pero nuestro espíritu debe estar ligado a Dios. En este mandamiento están incluidas las oraciones silenciosas y las oraciones a viva voz, ya sean hechas a solas, en grupo, de pie o de rodillas.
Cuando llevamos una vida de oración y estamos vigilantes para no ser engañados, Satanás no encuentra brecha alguna por la que introducirse en nuestra vida.
La Biblia nos declara que el diablo anda como león rugiente, procurando devorar a aquellos que están espiritualmente dormidos. Cuando oramos y vigilamos, el diablo no solamente se aparta de nosotros, sino que se postra ante nuestra oración. No hay demonio que resista el poder existente en la persona que lleva una vida de oración y vigilancia delante de la presencia de Dios.
La oración es el único canal de comunicación entre el hombre y Dios, y a través de ella, mantenemos nuestra comunión con el Señor Jesús. Cuando hacemos una oración sincera y honesta, estamos abriendo nuestro corazón delante del Señor. Esa es la oración en espíritu y en verdad de la que habla la Biblia.
Siendo la oración una expresión del alma humana hacia Su creador, no es necesario que esta sea erudita o sofisticada, con palabras bonitas, ya que Dios sabe exactamente quienes somos y lo que deseamos. Debe ser simple, objetiva, y con el máximo de humildad.
La oración solamente será eficaz, es decir, recibirá recompensa, si hablamos con Dios con la certeza de que Sus oídos están atentos a nuestros clamores. Si eso no sucede mientras estamos orando, nuestras palabras serán en vano.
Por eso mismo, el ambiente en que debemos orar debe ser propicio, a fin de que podamos concentrarnos en aquello que estamos haciendo, con todo el fervor del corazón.
Cuando el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos la oración del Padre Nuestro, Su intención no era que la usásemos literalmente cada vez que hablamos con Dios; al contrario, quiso dejarnos el modelo de cómo debemos comunicarnos con nuestro Padre Celestial.
Características de la oración
Podemos dividir la oración en tres partes: adoración, petición y acción de gracias.
- La adoración
La adoración es esencial para que la persona pueda entrar en la presencia de Dios en oración: enriquece nuestra humildad, además de mostrar la sinceridad de nuestra alma, dignificando, honrando y magnificando aún más a nuestro Señor y Dios. Cuando entramos en la presencia del Señor adorándolo, estamos reconociendo Su santidad.
La adoración también provoca milagros extraordinarios en nuestras vidas, como aconteció con los apóstoles Pablo y Silas, cuando estuvieron presos y encadenados. Ellos comenzaron a orar y cantar alabanzas a Dios mientras sus compañeros de prisión escuchaban.
De repente, hacia la medianoche, sobrevino un terremoto que sacudió los cimientos de la cárcel. Se abrieron todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos los que allí se encontraban (Hechos 16:24-26).
- Las peticiones
El Señor Jesús, antes de enseñarnos la oración del Padre Nuestro, afirmó: “…porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis” (Mateo 6:8).
Realmente, todas nuestras peticiones son conocidas por Dios aún antes de mencionarlas, pero es necesario que pidamos, porque mientras formulamos nuestros pedidos, estamos también despertando nuestra fe, en la búsqueda de un mayor contacto con Dios.
Al recibir las respuestas a nuestras oraciones, el Señor recibe más gloria por nuestra parte; de ahí que cuanto más pidamos, más recibiremos y más glorificaremos al Señor. Esa es la razón por la cual el Señor Jesús dijo: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 14:13).
Qué pedir y qué no pedir
Tenemos que considerar si nuestros pedidos glorificarán a Dios o si servirán solo para apartarnos más de Él, esto es, con los placeres de la carne. Al respecto, Santiago nos amonesta, diciendo:
“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis y ardéis de envidia y nada podéis alcanzar, combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. ¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:1-4).
Todos los pedidos que le hacemos a Dios deben estar de acuerdo con las Escrituras Sagradas y siempre según la voluntad de Dios. Por ejemplo, la sanidad de una enfermedad es de la voluntad de Dios, está determinada en la Biblia y el propio Señor Jesús la ministró en aquellos que se le acercaron. La vida económica bendecida es una promesa de Dios y del Señor Jesús (Malaquías 3:10 y Juan 10:10); la paz celestial también es de la entera voluntad de Dios.
Resumiendo, podemos hablar con Dios y pedir todo lo que se encuentra dentro de estos parámetros:
- Bendición física – sanidad divina.
- Bendición económica – amplias condiciones para nuestras necesidades materiales.
- Bendición espiritual – que es la salvación eterna en Jesucristo.
- La acción de gracias
Cuando agradecemos al Señor anticipadamente por una petición, estamos demostrándole nuestra fe. Nada de lo que pidamos tendrá efecto si no usamos la “llave” para ser atendidos: el Nombre del Señor Jesucristo, el secreto del milagro nuestro de cada día, según como Él mismo dijo: “Todo lo que pidáis en mi nombre, lo haré…” (Juan 14:13).