Dios se manifiesta de acuerdo a la fe de cada uno. Es decir, si usted cree que puede curarse de sus enfermedades y actúa la fe en este sentido, será curado. Si usted cree que su matrimonio se puede restaurar y lucha por ello, será restaurado. Si usted cree que puede prosperar y hace de Dios su socio, será prosperado. Todo es posible a aquel que cree y obedece Su Palabra.
Hay gente que cree en Jesús como único Señor y Salvador y efectivamente son salvas porque se han entregado a Él, pero a veces estas mismas personas no tienen la misma fe para curarse de una enfermedad o para cambiar su situación económica, y, ante esto, Dios, no puede hacer nada. Esto fue lo que sucedió con un mendigo llamado Lázaro.
“Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. En el hades, alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces, él dando voces dijo: padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora este es consolado aquí, y tú atormentado” (Lucas 16:22-25).
Antes de nada, debemos aclarar que el rico no fue al infierno por ser rico, y que el mendigo no fue al cielo por se pobre. “Mucha gente piensa que Dios está en contra de la riqueza y que quiere que uno sea pobre, pero eso es mentira. Jesús dijo: ‘Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia’. Esta es la voluntad de Dios. El problema está en amar al dinero o los bienes materiales por encima de Dios, en poner nuestro corazón en las cosas materiales”, aclaraba el obispo Paulo Roberto.
El rico, a pesar de conocer a Abraham y haber escuchado la predicación de los profetas de su época, no decidió poner a Dios en primer lugar. Era un hombre avaro, egoísta y que no amaba a su prójimo, pues cuando Lázaro, el mendigo, pedía limosna en su puerta, él lo menospreciaba. Su riqueza no era el problema, el problema era que amaba más su dinero que a Dios y a las personas.
En cambio, Lázaro, no solo conocía la Palabra de Dios, sino que asumió en vida una fe verdadera y luchó por su salvación. Cuidó de su vida espiritual y, en el momento de su muerte, su alma fue llevada por los ángeles al seno de Abraham. Él bien podría haber luchado por cambiar su situación económica, pero no tuvo fe para prosperar. Aun así, alcanzó lo más importante, la vida eterna.
Dios entregó a Su hijo para que pudiéramos tener acceso a la vida eterna en primer lugar, pero también quiere darnos todas las cosas que necesitamos. Grandes hombres de la Biblia fueron muy prosperados como David, José, Salomón o Abraham (el mismo que recibió a Lázaro en el paraíso), pero lo más importante para ellos era su relación con Dios. Por eso, usted puede luchar por alcanzar las bendiciones siempre y cuando el propio Dios sea considerado su mayor tesoro, porque:
“Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21).