El pecado no solo nos aleja de Dios, sino que trae graves consecuencias a quien lo comete, sea o no creyente. El pecado debilita, genera duda y múltiples problemas espirituales como la ansiedad, el miedo o la depresión, pero también enfermedades físicas. Para liberarse del pecado y de sus nefastas consecuencias solo hay un camino: buscar el verdadero arrepentimiento. El obispo Paulo Roberto enseñó el camino hacia una verdadera cura interior el pasado domingo, usando el ejemplo del rey David.
En la Biblia encontramos historias protagonizadas por hombres imperfectos, que pecaron y cometieron errores como cualquiera de nosotros. La diferencia reside en cómo uno decide reaccionar. El rey Saúl, por ejemplo, pecó deliberadamente y no se arrepintió. Consecuentemente, perdió el Espíritu Santo y acabó quitándose la vida. El rey David, en cambio, cayó en pecado, pero Dios restauró su vida porque se arrepintió de manera sincera.
El pecado que atrapó a David no había sido algo planeado. De hecho, David tenía un corazón puro delante de Dios y procuraba agradarle siempre. Sin embargo, no en vano el Señor Jesús nos mandó “velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41). David no vigiló y, en lugar de ir a la batalla con su ejército, se quedó en su palacio descansando y contemplando lo que había a su alrededor. Entonces vio a Betsabé, que era hermosa, bañándose y, en lugar de desviar la mirada, siguió observándola hasta que la deseó y terminó acostándose con ella.
La mujer se quedó embarazada tras ese encuentro, pero eso no fue lo peor. Lo peor es que Betsabé estaba casada con uno de los fieles soldados de David. Cuando David cayó en sí y se dio cuenta de donde se había metido, se angustió mucho. Hizo de todo para ocultar su pecado, y en su intento, provocó la muerte de Urías, el esposo de Betsabé. David asumió a Betsabé como esposa, pero no conseguía tener paz. Su comunión con Dios se había interrumpido, la angustia provocada por el pecado no le dejaba estar tranquilo. Entonces, tomó una determinación: Decidió confesar su error y pedir perdón a Dios, como vemos en el Salmo 51:
“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;
(Salmo 51: 1-4)
Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos”
El verdadero arrepentimiento es aquel en que la persona reconoce, confiesa su pecado y lo abandona, como hizo David. “Si la persona no reconoce su condición de pecadora, no confiesa sus pecados y no los abandona, no puede recibir el perdón de Dios. Si no es perdonada por Dios, no puede ser salva ni tener éxito. Esa es la razón por la que muchas personas vienen a la iglesia, pero no cambian de vida, porque no se arrepienten de manera sincera ni deciden practicar la Palabra de Dios”, enseñaba el obispo.
Dios perdonó a David y restituyó la alegría de la salvación. Si usted quiere agradar a Dios y quiere las bendiciones de Dios para su vida, necesita ser sincero, verdadero, transparente con Dios. Él ya conoce sus pecados y no le importa lo que haya hecho, pero espera que usted lo reconozca, lo confiese y lo abandone. Si lo hace, Él le perdonará y restaurará su vida porque Él ha venido para salvar, no para condenar.
“He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
(Salmo 51: 6-12)
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente”