En el pasado Santo Culto, el obispo Alberto enseñó a los asistentes la importancia de no ser negligentes en su relación con Dios, sino de hacer siempre lo mejor, para que Él, como Padre, pueda bendecirles abundantemente. En la reunión no faltó la bendición del pan y del agua, la oración por las familias o la búsqueda del Espíritu Santo.
Ser negligente pasa factura. No debemos serlo en ningún aspecto, mucho menos en el sentido espiritual. Además, Dios sufre cuando sus hijos omiten Su Palabra y deciden hacer las cosas a Su manera, pues no puede bendecirlos como quisiera.
“¿Has hecho lo mejor o has hecho lo peor para Dios? Porque podemos venir a la iglesia para escuchar, retener y practicar la Palabra de Dios, o para pasar el tiempo; Podemos venir con el objetivo de tener una relación de Padre-hijo con Dios, o podemos venir porque queremos tener una ‘relación comercial’ con Él, es decir, buscarlo solo para que nos dé lo que nos interesa”, indagaba el obispo Alberto.
Esto fue lo que sucedió con el hijo pródigo. Él estaba en la casa de Su Padre, no le faltaba nada, pero seguramente no quiso aceptar las normas y la disciplina de la casa. Entonces, exigió su parte de la herencia y se fue “a vivir su vida”. “Hay personas que acuden a la iglesia y hacen lo mismo. Solo quieren los favores de Dios, no quieren vivir en el Reino de Dios”, comparaba el obispo.
“VOLVIÓ EN SÍ”
Cuando hubo malgastado toda su herencia, sus amigos le abandonaron y empezó a pasar hambre, dándose cuenta de su actitud negligente. Entonces se arrepintió y volvió a la casa de Su Padre, Quien lo abrazó, le dio nueva ropa y organizó un gran banquete. Es decir, restauró su vida por completo.
El obispo oró por aquellos que, volviendo en sí, reconocieron que, a pesar de estar en la iglesia, sus vidas no avanzaban porque no le habían dado lo mejor a Dios, es decir, su vida. Todos tuvieron la oportunidad de arrepentirse y de volver a los brazos del Padre.
“Y levantándose, fue a su padre. Y cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo».
Pero el padre dijo a sus siervos: «Pronto; traed la mejor ropa y vestidlo, y poned un anillo en su mano y sandalias en los pies; y traed el becerro engordado, matadlo, y comamos y regocijémonos; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado».
Lucas 15:20-24