Cuando Gedeón puso su fe en práctica, aun corriendo riesgo su vida, el Espíritu del Señor lo revistió de poder. En otras palabras, él recibió la autoridad de Dios para cumplir Su voluntad.
Es bueno enfatizar que Gedeón ya había estado con Dios dos veces: la primera, cuando sacudía el trigo en el lagar, y la segunda, en la noche en la que Dios le pidió el segundo novillo. Pero solo después de que obedeció la voz de Dios, él recibió la unción del Espíritu Santo.
Nuevamente, enfatizamos que la reacción de Dios con relación a Gedeón fue provocada por la acción de Gedeón sobre la Palabra de Dios. En otras palabras, su obediencia provocó la reacción de Dios a su favor. Hasta entonces, había recibido solo promesas, pero después de la materialización de su fe, el Señor le respondió positivamente.
Lo mismo sucedió con todos los otros hombres de Dios. Quien quiere ser un instrumento en las manos de Dios o beneficiarse de Sus maravillas, debe pasar por el Altar del sacrificio. De hecho, todas las conquistas de la vida, independientemente de la fe en Dios, exigen sacrificio. ¿Quién ya logró algo sin pagar el precio del sacrificio?
Para que una mujer se convierta en madre, debe sacrificar su cuerpo; el sacrificio de trabajar arduamente tiene como resultado un buen salario; el sacrificio de años de estudio tiene como resultado un diploma profesional; el sacrificio de la siembra tiene como resultado la
cosecha… O sea, los frutos de todo en la vida dependen de los sacrificios que se realizan. De hecho, el sacrificio es la distancia más corta entre un sueño y la realización de ese sueño.
Si el Señor Dios tuvo que sacrificar a Su Único Hijo para así ser Padre de otros millones de hijos, ¿no tendríamos que seguir el mismo camino de sacrificio para alcanzar el éxito en la vida? Por lo tanto, Gedeón fue revestido con la autoridad de Dios solo después de que obedientemente sacrificó lo que Dios le había pedido.