“Crecí en una familia destructurada y tuve muchas carencias afectivas. Mi padre nos abandonó y a mi madre se pasaba todo el día trabajando. Así que empecé a juntarme con malas compañías. Cuando ella se dio cuenta de la situación me prohibió ir con esa gente, pero yo me revelé y todo empeoró.
Me alejé de mi familia, estaba todo el día con esos amigos y empecé a consumir drogas. Cuando me quise dar cuenta estaba inmerso en ese mundo y no podía salir.
Era mi válvula de escape, una manera de olvidarme de mis frustraciones, de mis resentimientos y de mis penas.
En la calle era “el alma de la fiesta”, el más divertido del grupo, el que animaba a todos… pero era todo apariencia. De hecho, cuando entraba en mi casa y era consciente de mi triste realidad, me derrumbaba.
Mi vida comenzó a resentirse. Me volví irresponsable, faltaba al respecto a los que me rodeaban, llegaba tarde al trabajo e incluso llegué a robar en él. Las drogas dominaban mi vida, necesitaba consumir de jueves a lunes y me gastaba todo el dinero que tenía. Llegué a perderlo todo y a vivir entre cartones en un cajero automático.
Estuve ingresado un año en un centro de desintoxicación, pero seguía igual. Nada tenía sentido para mí y lo único que ansiaba era desaparecer para siempre.
Un día de tantos que iba deambulando por la calle, me entregaron una revista y vi que había personas que pasaron por lo mismo que yo y ahora habían rehecho su vida en todos los sentidos. Así que decidí acudir al Centro de Ayuda Cristiano.
A través de cada consejo y de cada orientación que me iban dando, mi vida comenzó a cambiar. Fui dejando los vicios, las frustraciones se acabaron y mi vida comenzó a avanzar. Hoy soy un hombre feliz con una paz inmensa y capaz de superar cualquier obstáculo que la vida me depare.”