“Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de Mí y del Evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna.” (Marcos 10:29-30)
Quien esté dispuesto a recibir la Plenitud de Dios tiene que estar dispuesto a darle la plenitud de su vida. Es todo por todo. No sería justo recibir todo y dar solo una parte. No sería justo exigir el oro y el moro, pero entregar solo una vida de prácticas religiosas vacías.
Quien entregó la plenitud de su vida, recibirá la Plenitud de Dios aún en esta vida y, también, después de la muerta. El Señor Jesús no aplica aquí un lenguaje figurado. Estaba realmente hablando de aquellos que renuncian a todas esas cosas por amor a Él y por amor al Evangelio.
El Dios de Abraham no es comparable a nada de lo que existe o existirá en este mundo. Cuando se habla de sacrificio, entrega de vida, renuncia total y cosas de esa naturaleza, muchos piensan que hay algo de extremo valor para “intercambiar” con el Señor Dios.
¿Qué era más precioso para el Señor: la obediencia de Abraham o su Isaac? ¡Claro que era su obediencia! Pero Dios le pidió a Isaac para probar la obediencia de Abraham. Decir que entregó la vida es una cosa; renunciar a la vida irregular, a las malas reacciones, al pecado, a las amistades inadecuadas y a todo el resto es otra completamente diferente, Es la acción la que va a probar sus palabras. Haciendo eso, es IMPOSIBLE QUE EL JUSTO SEÑOR NO LO RECOMPENSE.
Es todo por todo.